viernes, 28 de marzo de 2008

Bares que lugares


No me gustan los bares de hoy, los cofichops estos, franquicias de sabe dios quién. Por ello, cuando estoy en una ciudad nueva, busco los bares de toda la vida, los de las tres ces: carajillo, cigarrillos y camareros. Carajillos de coñac, cigarrillos humeantes y camareros que tiene nombre propio y que saben estar detrás de una barra.

Girona. Busco uno de estos bares para desayunar y me topo con él. Y con ella. Se llama Pepa, el bar no tiene nombre, la jefa sí. Conocida por todos y conocedora de todos. La familia es la familia. Pepa tiene cuarenta y tantos, jersey a rayas, pantalón tejano, botas y cinturón DG falso como el color de su pelo y tan certero como su sonrisa. Ojos mayúsculos y marrones oscuro. Una mujer de verdad como las de antes, como el bar. Siempre he dicho que las mujeres me gustan en general, y en particular todas, como dice mi amigo Juan, pero tienen que ser de verdad, no como ahora más restauradas que el Guernika. Para mujeres de mentira está el cine, insuperable en el género de la ilusión de verdad. Y Pepa es de verdad.
Todo parroquiano tiene y obtiene la sonrisa de Pepa. Un estudiante, una parejita, un septagenario con copa de anís incluida, el que juega a las tragaperras y el repartidor de cervezas, obtienen el buenos días pertinente, alto y claro, y cada uno diferente según la jerarquía de la confianza ganada a pulso en este terreno de las relaciones personales de una barra de bar y que tiene poco ver con las propinas que uno deja. Tiene que ver más con la cantidad y la calidad de las confidencias hechas en el confesionario de la barra. Tiene que ver con el hoy estoy mal, ella me va a dejar, me han echado del trabajo, como se lo digo a los niños o ayer me lo crucé en la calle. Y es que en los confesionarios oficiales se miente porque solo se dice lo que él vendedor en cuestión quiere oír, nada más. En la barra de bar, se dicen las verdades. Cierto es que la caña, el güisqui o el gintonic deben ayudar a ello. Igual es por eso que en las iglesias el único que bebe es el jefe, a los empleados se les da de comer pero no de beber. Quizás habría que revisar esto si la Institución quiere recuperar esa hegemonía perdida De todas maneras a mí ya me está bien tal como está, aprietan pero no ahogan.
Pido un bocadillo de chorizo y una caña. Ahora mismo señor, responde Pepa con su media sonrisa borrada como de repente. Me pregunto qué pasa y por el dintel de la puerta aparece un maromo. Se llama Raúl. No me pregunten porqué pero siempre me despiertan desconfianza los hombres con ese nombre. Alto, fuerte, caraperro y recién levantado. El no da los buenos días a nadie, ni a su mujer que ya mira al suelo mientras me trae el bocadillo y la caña. Es su marido o al menos el se lo cree. Los parroquianos dirigen su mirada condescendiente hacia ella, como diciendo lo siento guapa, no te mereces este cabrón.
Entre bocado y bocado voy mirando la escena. El Paraíso se ha convertido en un Infierno. Eva se pone una chaqueta de franela, no por el frío sino por la mirada de desprecio de su Adán. Los parroquianos van desfilando, ya encontrarán otro templo en este ha llegado el mercader. Voy a pagar y me cobra Pepa, Raúl está meando. Me devuelve el cambio y me susurra un losiento mientras una lágrima se escurre en su mejilla. Se me rebela la sangre pero con un nopasanada abandono el lugar.

Mi amigo Juan me envía a la mierda y entre regañadientes me comenta que en esos casos hay que plantar un par de huevos, decirle cuatro cosas al hijodeputa y meterle de hostias hasta el amanecer. Y yo me atraganto con unas croquetas de bacalao como las que hacía mi abuela, mientras Juan me da la espalda para no cruzarme la cara. Covarde, sentencia.

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