Hartito le tienen a uno las trifulcas de los políticos y periodistas del mes, léase Jiménez Losantos y Gallardón. Me interesan menos que las tetas nuevas de la señorita Obregón.
Hartito también de la pornografia caníbal de los llamados periodistas, para mi opinadores, que con sus comentarios y tertulias destripan a
Las llamadas izquierdas y algunas de las llamadas derechas se están frotando las manos con el asunto y ya están alquilando hoteles para celebrar la caída y/o resurrección del Arturo Ui, según el partido con el que uno se acueste. Los ejércitos se están organizando preparándose para un ataque rápido y efectivo que no deje títere con cabeza o como mínimo que haga el mayor daño posible, las bombas de racimo están en oferta.
La política, en general, me entristece y en particular, me toca los huevos. Soy de los que cree que hoy por hoy, no hay político honesto, no porqué él no quiera serlo, sino porqué el oficio lo lleva consigo. Tendría que llover mucho para cambiar mi opinión. Y ha llovido para calmar los ánimos pero no para salvar la humanidad. Quizá tendríamos que plantearnos el provocar un pedazo de diluvio universal pero sin el arca, los animales y mucho menos al tal Noé. Borrón y cuenta nueva.
Creo que urge para el bien de la humanidad que nos empecemos a plantear seriamente que el tinglado que hemos montado, este circo griego dónde crecen los enanos, no funciona. Que no funcionaba para los que no estaban invitados a la función, ya lo sabíamos, pero nos lo tragábamos y de vez en cuando nos lavábamos las conciencias. Hoy ya no funciona para el público del anfiteatro ni para los que se creen que están en platea. Sólo a los pocos que han podido comprar los palcos, les funciona, sólo a ellos. Basta ya.
Mi amigo Juan, apuesta por una Little Boy a lo bestia que nos mande todos a tomar por culo, que es lo que nos merecemos. Pero no hoy, mejor la semana que viene. Ayer se ligó una chati que está más buena que el pan y que le hace perder los sentidos. Brindamos, vermú en mano, por las mujeres. Lo más guapo del mundo mundial, sentencia él, trincándose el aperitivo, aceituna incluida.