lunes, 28 de abril de 2008

Ito



Y duró lo que tenía que durar. Le plantaron la espada de Damocles entre ceja y ceja: un retoño, un adiós en la tienda de zapatillas deportivas dónde trabajaba y unos meses sin pagar el alquiler. La historia mil veces repetida, no por ello vieja y gastada. Diana le dio un alto, él un santo y seña, y ella un adiós, de los de para siempre.

Juan El Flecha, mochila a los hombros, de repente y sin quererlo se hizo pequeño, tan pequeño que incluso le cambiaron el nombre, a partir de ahora todo el mundo lo conocería como Ito. Su nueva casa, la casa de muchos otros, la calle. El caracol errante. Ya no corría, ni volaba, todo lo contrario, empezó a echar raíces en los bancos, los portales, los bares y se movía lo justo, como los osos panda de las montañas de China pero sin la cara felicidad de los estos plantígrados, que parecen ignorar su fatal destino. No. Su cara era de esas caras que hablan, que dejan entrever un pasado lejano y vaticinan un futuro próximo. Caras viejas, arrugadas, demacradas que nos da el alcohol del último bar abierto, la intemperie hostil, la nutrición desordenada y la soledad del superviviente al que ya nadie se le acerca.

Ito no llegó aquí de la noche a la mañana. Cuando supo que Diana disparó su flecha hacia otro objetivo encontrando aquello que deseaba, él empezó a lanzar sus flechas al azar en busca de otras dianas pintadas de estoysoloytu?. Empezó a jugar en busca de ese dinero que le cambiaría de vida y le devolvería el rumbo de su Pequod hacia la caza de su ballena blanca particular. Intentó huir a toda máquina de la locomotora que le pisaba los talones. Pero no pudo ser. Le alcanzó y se lo engulló.

Ahora, carne de cañón de velero bergantín, lucha por ser pirata en un mar que no por conocido le es familiar, todo lo contrario, es un desierto de paraísos ficticios, dónde los oasis brillan por su ausencia. Sin casa, sin trabajo, sin mujer, sin niño, sin nadie ni nada. Y ahora, todo son preguntas sin respuestas.

Juan El Flecha, el que fue ídolo de muchos en otros tiempos, hoy es Ito, el dios caído objeto de miradas de compasión, lástima y alguna otra de desprecio.

Juan El Flecha, el que encontró el amor más grande conocido jamás, hoy es Ito, ese alma solitaria con respiración desacompasada, en busca de nada.

Veinte primaveras y un invierno. A sus veintiún años aún recuerda su fuga con su amada. El polvo que dejaron atrás. El lodo que hoy le llega hasta las rodillas.

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